miércoles, 29 de junio de 2011

Apaloosa

Sobre una llanura quemada por el Sol,
mis lágrimas riegan la roja tierra
que nunca perteneció a ningún hombre.

Siento el aire como ardientes llamas
en mis fosas nasales,
recorren mi pecho,
llenan mis pulmones,
me queman por dentro.

El dolor es familiar.
Nunca conocí otro aire, ni otro sol,
ni otra cúpula celeste
como la que se alza
sobre mi abatida cabeza.

Un último canto para esta desolada tierra,
golpeada por herraduras de caballo
y ensordecida por el estruendo
de la lucha entre sus hijos.

No siente ya el batir de las alas del Halcón,
ni el ritmo del arroyo
mientras serpentea sobre su áspera superficie,
aliviando la sed de un sueño abandonado a su paso.

Llevo su dolor conmigo,
lloro sus amargas lágrimas,
aúllo con su quebrada voz,
y callo con su silencio infinito.

Aletheia